Esta semana me encontré con la última campaña que hizo Oreo:
Y no pude evitar pensar en qué otros momentos o aristas de nuestra vida podemos aplicar el kintsugi.
El kintsugi, esa técnica japonesa del siglo XV para reparar cerámica rota utilizando laca vegetal y polvo de oro. Esta práctica, nacida en el Japón feudal, nos ofrece lecciones profundas sobre cómo enfrentar nuestras propias rupturas y cicatrices, y cómo estas pueden transformarse en fuentes de fortaleza y belleza.
En el contexto histórico del Japón, el kintsugi surgió durante el reinado del sogún Ashikaga Yoshimasa, un periodo marcado por la transición de un Japón cortesano a una cultura militar más austera y disciplinada. Fue en esta época cuando el zen budismo, traído de China por el maestro Dogen, se integró profundamente en la vida japonesa, influenciando no solo la espiritualidad sino también las artes y la vida cotidiana. El zen enfatiza la experiencia directa y la aceptación de la realidad tal como es, una filosofía que resuena fuertemente con los principios del kintsugi.
La historia del sogún Yoshimasa y su taza de té rota ilustra cómo el kintsugi no solo repara lo físico, sino también lo simbólico. Cuando su taza favorita se rompió y fue enviada a China para ser reparada, volvió con grapas de metal que, aunque funcionales, eran estéticamente desagradables. Los artesanos japoneses, en un esfuerzo por encontrar una solución más elegante, desarrollaron el kintsugi, una técnica que no solo unía los fragmentos, sino que los embellecía con oro, realzando las cicatrices en lugar de ocultarlas. Este acto de reparación convirtió una simple taza rota en una obra de arte, cargada de historia y significado.
El proceso del kintsugi es minucioso y requiere una gran paciencia y destreza. Primero, se recolectan cuidadosamente los fragmentos de la pieza rota. Luego, los fragmentos se pulen para eliminar cualquier irregularidad y preparar la superficie para la unión. La laca utilizada, extraída del árbol urushi, es una sustancia preciosa y delicada que requiere años para ser cosechada adecuadamente. Esta laca, mezclada con polvo de oro, se aplica a las grietas, creando venas doradas que no solo reparan la pieza, sino que la embellecen y fortalecen.
El kintsugi nos enseña a abrazar nuestras imperfecciones y a ver las cicatrices como una parte valiosa de nuestra historia. En una sociedad que a menudo valora la perfección y la juventud, esta práctica nos invita a reconsiderar nuestras prioridades y a encontrar valor en lo que ha sido dañado y reparado. Cada cicatriz dorada en una pieza de cerámica es un recordatorio de la resiliencia y la capacidad de transformación, tanto en los objetos como en nosotros mismos.
La influencia del kintsugi se extiende más allá de la cerámica y puede aplicarse a muchos aspectos de la vida. En el ámbito de las relaciones personales, por ejemplo, la filosofía del kintsugi nos recuerda la importancia de la reparación y la reconciliación. Las relaciones humanas, al igual que las piezas de cerámica, pueden romperse y sufrir daños, pero también pueden repararse y fortalecerse a través del cuidado y el esfuerzo compartido. Al aplicar los principios del kintsugi a nuestras interacciones con los demás, podríamos aprender a valorar más nuestras conexiones y a trabajar juntos para superar las dificultades.
Por otro lado, la práctica del kintsugi también tiene un profundo impacto en nuestra relación con los objetos materiales y el medio ambiente. En una era de consumo desechable, donde los objetos rotos a menudo se reemplazan en lugar de repararse, el kintsugi nos recuerda la importancia de la sostenibilidad y el cuidado por lo que poseemos. Al valorar la reparación sobre el reemplazo, podemos reducir el desperdicio y fomentar un enfoque más consciente y respetuoso hacia nuestros recursos y el medio ambiente.
El kintsugi nos ofrece una visión rica y multifacética de cómo podemos enfrentar la imperfección y el daño en nuestras vidas. Al abrazar nuestras cicatrices y verlas como fuentes de fortaleza y belleza, podemos transformar nuestras experiencias y encontrar un sentido más profundo y significativo en nuestra existencia. Esta antigua técnica japonesa nos enseña que la verdadera belleza no reside en la perfección, sino en la autenticidad y en la capacidad de transformar lo roto en algo valioso y hermoso. Al aplicar los principios del kintsugi a nuestras propias vidas, quizás podemos aprender a vivir de una manera más plena y compasiva, celebrando cada cicatriz como un testimonio de nuestra resiliencia y fortaleza.
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