Caminatas matutinas y la belleza de lo mundano
Esta semana, este newsletter será monotemático…
Hace semanas que estoy pasando por un periodo complicado. Así que para poder transitarlo y comprenderlo comencé por buscar una actividad que me permitiera estar a solas conmigo, al mismo tiempo que me diera oportunidad de estar más en contacto con la naturaleza. De este modo, decidí comenzar a hacer una caminata matutina, estoy por iniciar la tercera semana de hacerlo ininterrumpidamente y además de que mi cabeza, o mejor dicho, mi mente, se siente mucho mejor. A partir de esta mejora, he comenzado a reflexionar sobre una serie de cosas.
En la actualidad, vivimos en una era marcada por una paradoja: la simplicidad. En teoría, cada cosa que hemos construido en favor del “progreso”, debería hacernos la vida más fácil, pero en la práctica, parece que solo ha hecho las cosas más complicadas que nunca. La tecnología, por ejemplo, concebida para simplificar nuestras vidas, a menudo nos somete a una maraña de notificaciones y correos electrónicos que compiten por nuestra atención, sin importar la hora del día o de la noche. En este mundo “tecnológicamente avanzado”, nos encontramos atrapados en una constante reactividad, defensividad y preocupación, lo que dificulta la búsqueda de la verdadera simplicidad y, por tanto, la búsqueda de la felicidad o simplemente del bienestar.
Y es justo esa sensación de vacío, la que había estado experimentando, es decir, a pesar de que en muchos aspectos estoy en el mejor momento de mi vida, me invade la sensación de que algo fundamental sigue faltando. Es ahí donde me di cuenta de que la búsqueda implacable de lo superfluo, en lugar de la verdadera simplicidad, a menudo nos deja insatisfechos.
Sin embargo, mucha de esta insatisfacción proviene de estímulos externos que equivocadamente nos llevan a creer que la felicidad emana del éxito, la apariencia, el dinero y las posesiones. Pero la realidad es que eso no es felicidad; eso simplemente es exceso.
Y creo, por mi experiencia, que la forma más destructiva de exceso es alcanzar todo lo que alguna vez soñamos y descubrir de alguna manera que todavía no somos felices y que algo fundamental sigue faltando en nuestras vidas. Y eso, queridos lectores, es profundamente desalentador.
En mi búsqueda por respuestas, además de caminar decidí buscar una lectura que me ayudara, fue así como encontré el libro Reasons to Stay Alive de Matt Haig.
"El mundo está cada vez más diseñado para deprimirnos. La felicidad no es muy buena para la economía. Si estuviéramos contentos con lo que tenemos, ¿por qué necesitaríamos más?"
"¿Cómo se vende una crema hidratante antienvejecimiento? Haces que alguien se preocupe por el envejecimiento. ¿Cómo consigues que la gente vote por un partido político? Haces que se preocupen por la inmigración. ¿Cómo consigues que compren un seguro? Haciéndoles que se preocupen de todo. ¿Cómo lograr que se sometan a una cirugía plástica? Resaltando sus defectos físicos. ¿Cómo lograr que vean un programa de televisión? Haciéndoles preocuparse por perderse algo. ¿Cómo lograr que compren un nuevo teléfono inteligente? haciéndoles sentir que los están dejando atrás."
"Estar tranquilo se convierte en una especie de acto revolucionario. Ser feliz con una existencia no mejorada. Estar cómodo con nuestro yo humano y desordenado no sería bueno para los negocios".
Todo esto, a su vez, me llevó a recordar a un señor que conocí cuando yo tenía como 7 u 8 y él tenía 82, lo sé porque fue su cumpleaños. Para hablar sobre este señor debo contarte que mi familia es de un pueblo llamado Álamo en Veracruz y dentro de ese pueblo hay un rancho llamado Palo Blanco. Bueno, pues resulta que en ese rancho vivía don Nicanor, lo recuerdo porque era la persona más adulta que había conocido a mi corta edad y quedé realmente sorprendida, no solo de su aspecto, sino de la forma en la que vivía, en medio de sus animales, gallinas, conejos, un par de borregos y cerdos.
Recuerdo que la primera vez que le hablé me daba un poco de miedo, él sonreía mucho lo que dejaba ver una dentadura ya sin dientes. Algunas señoras del pueblo incluyendo a algunas de mis tías le iban a celebrar su cumpleaños al día siguiente, recuerdo que me platicó muchas cosas, no recuerdo exactamente qué, pero recuerdo mucho que me dijo que cada cosa en ese lugar le hacía feliz, sobre todo, tener una hamaca.
Su mayor preocupación era que en ese entonces querían poner una gasolinera cerca de su pequeña casa, él creía que eso sería el inicio del fin de aquel lugar.
Extrañamente, estos días he llegado a envidiar a don Nicanor. Por supuesto ya no vive, no supe cuando dejo este plano, pero seguro que si todavía viviera le importaría un bledo tener que escribir un newsletter, recibir un mail o mandar una factura. Llevaba una vida sencilla, según nuestros estándares, pero no por ello menos feliz y satisfactoria.
Y tampoco es que su vida fuera perfecta, recuerdo que me contó que extrañaba mucho a “su viejita” que había fallecido. Pero ahora, como una mujer adulta, creo que lo que don Nicanor me enseñó es algo que hasta hoy me hace sentido: Aprender a ser felices es en gran parte aprender a maravillarnos con lo mundano.
Como dice Haig:
“Estés donde estés, en cualquier momento, intenta encontrar algo hermoso. Un rostro, un verso de un poema, las nubes en una ventana, unos grafitis, un parque eólico. La belleza limpia la mente."
Y sí, yo diría que la belleza y las caminatas matutinas, limpian la mente.
Te deseo una semana llena de simplicidad, gracias por lee
Antes de que te vayas...
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